Había una vez una aldea llena de seres mágicos amorosos, muy sabios, todos se conocían, se apoyaban, donde no existía la maldad, solo si la escuchaban porque había una leyenda que contaban todos; que hay un bosque en las tinieblas, sólo y sin vida, pero que solo habita un malvado duende, que silba todo el tiempo, para quien llegue a escucharlo sea hechizado para ir a su bosque y logre quitarle su amor puro, donde el odio y tristeza acaben con ese ser mágico. Así que todos los de la aldea sabían que tenían que tener cuidado con lo que escuchaban, no podían dudar de sus poderes, la conexión entre todos y confiar en el amor.
Una noche comenzó a llover tanto que comenzó a inundarse la aldea, tuvieron que correr todos los seres mágicos a una montaña, pero en el camino comenzaron a oír el temido silbido de aquel duende, mientras seguía cayendo la lluvia como nunca antes, con truenos que sacudían la tierra, los hongos maestros reunieron a todos y les dijeron que debían confiar en su propio poder del amor porque si no, sus oídos podrían reconocer aquel silbido del duende, que la leyenda era verdadera, que en realidad todos habían sido ese duende en algún momento, pero por el poder del amor puro de los hongos, habían logrado convertirse en seres mágicos, amorosos, bondadosos, tomando la forma de hadas, luciérnagas, elfos y solo había quedado ese duende que no quiso convertirse y por eso todo el tiempo silbaba para que recordaran lo que antes eran, que esa noche sería su gran prueba de cada uno, si querían seguir siendo seres amorosos o regresar a su forma original de duendes malvados. Todos sorprendidos siguieron el camino con valentía. Algunos sí escucharon atentamente el silbido y regresaron a ser duendes tristes, con odio. Mientras amanecía, la lluvia iba disminuyendo y comenzó a salir un arcoíris, donde los seres mágicos lograron subir en él y descansar después de esa noche oscura.