Había una vez, o tal vez millones de veces un estanque de peces. Este estanque de peces
yacía en el jardín de un par de susurros. Aquellos susurros, no se imaginaban que cuando
iban a hacer sus diligencias, los peces salían del estanque y entre soles y fibonaccis se
ponían a hablar de metafísicas. Una tarde, en el calor de aquellas húmedas tertulias,
mientras hablaban sobre formas de conciliar dicotomías, se les ocurrió de pronto invitar por
primera vez a la reunión a aquel par de susurros. Se les fue la tarde meditando en aquella
posibilidad. Habían encendido un fuego, contado todas las estrellas...los inquilinos de la
casa, estaban a punto de llegar. Al fin el más joven de los peces se levantó de su asiento he
invitó a todos a volver al estanque. Apagaron el fuego con parsimonia y uno a uno se fueron
hechando al agua.
Esa noche, aquellos seres sutiles se fueron a dormir descansando profundamente en el
gran misterio. Y allá afuera mientras tanto, sus mascotas jugaban con el reflejo de la luna
llena.
La Lechuza